Saber decir no

¿Cuántas veces dijiste que “SI” a algo cuando realmente “NO” querías hacerlo? ¡Quizá desearías retroceder en el tiempo y cambiar tu respuesta!

 

Parece mentira que una palabra tan pequeña, de tan sólo dos letras, pueda tener tanto poder de actuación en nuestras vidas. Y que sea tan grande el impacto, las consecuencias que en ellas genere, cuando tenemos dificultad para decirla

 

Pero… ¿qué nos ocurre con el “NO”? ¿Qué está limitando nuestra habilidad para saber decir “NO” cuando probablemente sea lo más conveniente?, conveniente para nosotros y quizá también para el otro. Decir que “NO”, no es un privilegio, ¡es un derecho!

 

A menudo en casa, en la escuela, en la sociedad en general, se nos ha enseñado que decir “no” es algo negativo, es y afectará tanto a quienes nos rodean, como a nuestra pérdida de oportunidades nuevas o relaciones nuevas. Se nos enseña a ser serviciales, a poner al otro por delante de nosotros y no ser “egoístas”.

Por lo tanto, tendemos a considerar que, si decimos que no a la otra persona, está se ofenderá, se sentirá dañada, estaremos siendo “egoístas” al no complacerla y quizá incluso dejará de querernos, o no seremos igualmente aceptados por ella, o por el grupo.

 

“Hay que ser servicial y anteponer las necesidades de los demás a las nuestras”

“Si digo NO, dejarán de quererme, no seré aceptado por ser un egoísta”

 

Pero esto no es cierto, son tan solo dos juicios que nos están limitando y confundiendo, pues cuando dices que “no”, no le estas diciendo que no a la persona, no le estas diciendo “no te quiero”, o “te odio”, por decirle que “no”.

 

Decimos que “no” a la petición o a la oferta que se nos hace, no a la persona.

 

Y no saber decir “NO” cuando debemos decirlo, tiene sus consecuencias y consecuencias muy importantes. Como decíamos al principio, el no uso en su debido momento de esta pequeña palabra tiene un gran impacto en nuestras vidas;

 

 

 

 

Si siempre aceptamos tareas que no nos compiten, por complacer a los compañeros, llegará un momento en que crearemos el hábito de que es así, y no abarcaremos con todas las tareas encomendadas y a las que nos hemos comprometido y esto estará dañando todo nuestro entorno. Afectará a nuestras familias, pues tendremos que dedicar más horas al trabajo y menos a su disfrute y compañía. Además, no llegaremos a todo y fallaremos a los compañeros con los que nos comprometimos. Y obviamente ante este panorama nuestro resentimiento hacia ellos, que si disfrutaron la tarde o el fin de semana con la familia y que además se han molestado porque no hemos llegado a todo lo acordado, será muy grande.

 

Otro ejemplo en el que estas consecuencias se ven fácilmente sería en una relación de pareja que flaquea, dónde uno puede creer estar haciendo todo el esfuerzo del mundo por recuperar la relación anteponiendo siempre las necesidades del otro a las suyas, tratando de recuperar cierta paz o confianza en la relación, pero lo que ocurrirá es que cuanto más atentemos contra nuestra dignidad, mayor servilismo se creará sin que el/la cónyuge sea siquiera consciente, pero aumentará la carga de trabajo del primero, llegando al incumplimiento de parte de lo que se ha comprometido, fallará a la confianza del otro. Se entrará en un bucle de resentimiento ante las faltas de atenciones recibidas frente al gran esfuerzo que está llevando a cabo por la relación.

 

En definitiva, un montón de tiempo perdido e infelicidad generada, por no saber decir “NO”, desde el juicio del servicio o la necesidad de aceptación.

 

Por lo tanto, hay que tener muy en cuenta lo ventajoso de saber conversar, de saber realizar peticiones y ofertas (conversaciones eficientes), de saber “Decir NO cuando es NO”, y que, si estamos diciendo que NO, es a la propuesta, pues no se ajusta a nuestra agenda o creencias, no se trata de ningún egoísmo propio ni tiene que ver con la persona que nos hace la solicitud.

 

Y ahora la siguiente pregunta sería…

¿Y un NO por respuesta, sabes aceptarlo?

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